poeta de la mentira

Miro al techo que hoy ha vuelto a gotear,
hacía tiempo que no llovía así.
Y cada gota golpeando contra los cacharros de metal
me hace pensar unas veces en sangre y otras veces en ti.
Lo que en realidad viene a ser lo mismo.
Lo que, por crueldad, ahora viene a dar igual.
O puede ser un ángel que una vez perdió la fé y fue expulsado,
y que ha venido a agonizar justo encima de mi
y estas gotas sean sus lágrimas.
O puede que sea por hacer entrar ya en razón
y llegar a comprender que dentro de este horror
no hay literatura, no,
y eso tú lo sabes bien a fuerza de caer una y otra vez
en una trampa mortal que en el tiempo dura ya
ocho años y medio. Seré muy breve: te quiero, y esto duele.
Y vino un pájaro a posarse en mi ventana.
Tenía una ala rota y su plumaje era gris y azul.
Y al acercar mi mano y comprobar que no, no echaba a volar
supe de inmediato que lo enviabas tú.
Lo tomé entre mis garras y lo dejé morir,
y cuando lo hizo aún llovía aquí.
Y la sangre al gotear entre zarpas de animal presagió mi suerte,
como una ave que voló de Cádiz hacia Burlada aún herida de muerte,
rescribiendo la espiral de prometer hacerlo bien,
de cometer un nuevo error, de no saber pedir perdón
o pedirlo demasiadas veces.
Y aunque ahora escupo una oración helado de terror
ningún dios responde aún.
¿Soy yo el que no ve o es que todavía no se hizo la luz?
Seré muy breve: te extraño, y esto duele.
Trato de encontrar una salida
pero no recuerdo ni por dónde hemos entrado aquí.
Y contemplo junto a mí el cadáver del que fui,
según tú, en una ocasión,
y es la mancha de humedad la de la herida mortal
impregnada en el colchón,
y ahora que te oigo llorar en lugar de ir hacia ti
me vuelvo a anestesiar y me limito a subir el volumen del televisor,
o me concentro en recordar, para no pensar en ti,
que tendría que llamar y que alguien venga a reparar
la gotera de una puta vez, que ya me cansé
de recoger litros de agua gris,
gris como un metal
Seré breve:
te he perdido,
y esto duele.

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